Sorpresas de barra

Creí que sería motivo de desvelo, que despertaría de madrugada perturbado por el recuerdo, me mantuve esperanzado en el olvido y en la creencia de que las sensaciones desagradables dejan de serlo a voluntad. Pero no fue así, no pude inhibir ese recuerdo.
Cierto día de febrero, sentado en una barra bien surtida, terminé de comer con una coca de Sant Blai, una mistela de Teulada y los efluvios del sobaco de una comensal que levantó el brazo a mi derecha para pedir Champagne. Supuse que su blusa de leopardo tendría más poliéster que unas bragas del chino de la esquina y por eso amplificaron un hedor que dudo hayan olido nunca los veterinarios del bioparc.
Giré mi cabeza hacia ella conteniendo la respiración, y ahí estaba aquella felina, apoyada en la barra hojeando la carta de bebidas mientras mis pituitarias se declaraban en huelga.
-Ponme el Champagne Chardonnay (lease «Sampán chardonai» ) – Dijo a la camarera argumentando que era más barato por no ser francés. Desconocía también que no era champagne sino cava. Eso sí, dicho derroche de sabiduría no le impidió presidir una mesa con una conversación tan profunda como la de cualquier programa de telecinco.
Mientras escuchaba ruido de debate en su mesa, apuré mi mistela, deseé haberme encontrado en lugar del gatopardo a un brazobarra  y focalicé toda mi atención en la botella de colonia que siempre llevo en el coche, quizá me ayudaría a olvidar ese olor que casi me arruinó la comida. No fue suficiente.

Nacho Lurbe

#ontheroad