Demiglace

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Un día que tengo para descansar y llaman a la puerta. Parece que no ha sido tan buena idea quedarme en casa, otro domingo de sábanas calientes y almohadas que se va a la mierda.
– ¿Quien llama?
– Soy Mariano, te traigo una paloma torcaz que cazamos ayer.
– Pasa anda, pasa. ¿Quieres un café?

– No tranquilo, que estarás ocupado.
– ¿Ocupado? Mi única ocupación hoy era no levantarne de la cama pero ahora ya me pongo en marcha. A ver que me has traido.
– Trabajas demasiado. Tendrías que venirte a cazar conmigo algún día.
– La gente del campo siempre tenéis razón cuando habláis, algo debo estar haciendo mal.
Mariano asintió como quien confirma la evidencia. Apuró su café y se despidió con una sentencia.
– En tu mano está, todavía estás a tiempo de recuperar tu vida. Disfruta del día.
Allí quedaron esas palabras, supendidas en el ambiente, rebotando en las paredes y volviendo a mi una y otra vez. Eran como cuchillos que rozaban mi piel dejando cortes cada vez más profundos. Entretanto me fui vistiendo para ir a comprar al mercado, casi sin querer decidí que iba a pasar la mañana cocinando, sin agobios, sin presiones, por puro placer. Eso era lo que me apetecía.
– Buenos días, cuanto tiempo sin verte.
– Más del que me gustaría, ¿como estáis por aquí?
– Como siempre, intentando mantener el mercado. Como diría un político, adaptándonos a los nuevos hábitos de consumo.
Fueron tres paradas con tres diálogos similares, noté la misma unión en lo conceptual que eché en falta cuando hubo que salir a la calle para protestar por la enésima subida de impuestos que terminaría por acallar las ilusiones, esas que son el verdadero motor que sube las persianas cada día. ¿Hice yo algo al respecto? Otra pregunta que me acompañaría sin piedad.
Ya en casa, tras la organización de la compra, ceñí a mi cintura un delantal que me regaló mi abuela, me dispuse a descorchar esa botella de vino tan especial que todos tenemos en casa y fui tostando los huesos que me traje del mercado, hoy haré unas perdices y las pechugas de la paloma acompañadas de una demiglace, me dije.
La escena era digna de fotografiar, la perfecta comunión del delantal de rizo de ama de casa con el vino de precio prohibitivo, los pajaritos en bodegón junto a multitud de verduras, la cacerola chipsorroteando y de fondo, elegida al azar por mi lista de Spotify la canción de Luis Aguilé «Es una lata el trabajar», premonitorio.
Con el último estribillo ya andaba yo preparando las verduras para incorporarlas, buscaba en ellas ese dorado sensual para sacarles su esencia. Un poco de azúcar iba oscureciendo el fondo, notas a caramelo.
Cambio de tercio, busqué a Nora Jones, ¿quien mejor para acompañar a los huesos y verduras mientras cuecen en la profunda cacerola que tenía sin estrenar? Nora y el vino. Dos horas de música tranquila, sosegada como los borbotones de agua que iban apareciendo, dos horas en las que fui acariciando las perdices con delicadeza, deshuesándolas sin prisa ni precipitación, dos horas protegiendo ese caldo que se transformaba a cada minuto, dejé el tiempo en manos del vino como quien se entrega a un alma lujuriosa lejos del mundanal ruido.
El paso por el chino para sacar jugos inundaba la estancia con un aroma que iba creando un ambiente hogareño, las frías paredes transformaban el uso meramente residencial de ese espacio en un hogar, acorralando el diseño en un oscuro rincón fue apareciendo un mobiliario cálido y agradable creando hogar, aunque realmente fue ella quien hizo la magia, ella, la demiglace perfecta que no compartiré con nadie. Ha habido muchas en mi vida pero hoy se han alineado los planetas para alcanzar lo inalcanzable, la perfección, el summum del placer. Esa cota de perfección se manifestaba en una mezcla de sabores que iban de la soledad a la esperanza, hacía tiempo que evaluaba mi criterio culinario en base a las emociones. Mi profesión había hecho de mi un ser más sensibilizado con los aromas que con las personas.
Justo al hincar el primer bocado sonó el teléfono de casa, ese que cuando sonaba era por algo urgente, el mismo que solo tenía la gente muy cercana.
– Siento molestarte, acaba de sentarse una mesa de seis que vienen desde Madrid y quieren una foto contigo.
– Voy.
¿En qué momento me perdí?

 

 

 

 

 

 

 


 

 

Fotografías y elaboración gracias a The book restaurante
Nacho Lurbe
UNIPROONTHEROAD

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