El extraordinario caso del azucarillo recurrente.

A veces uno no sabe cómo gestionar las rutinas. Cierto es que algunas de ellas ayudan a llevar una vida algo más ordenada, aunque al saltárselas siempre se recupera algo de control y como diría cualquier ponente hiper motivador, sales de tu zona de confort. Como si se estableciesen dos tipos de personas, los que están dentro de esa zona (sujeto pasivo) y los que están fuera (sujeto activo).
Pues bien, si un día me apetece tocarme las bolas y Continue reading

Comerciando y pensando

Nadie nos dijo que urge volver a nuestra historia, a aquello que vimos, vivimos o mejor aún, que nos contaron. Volver a los relatos de quien vivió antes que nosotros lo que creemos saber, olvidarnos de nuestro orgullo para ver que nada es tan nuevo ni original, tan solo ha cambiado el contexto o la forma de ver lo que nos rodea. Como aquel transportista que piensa lo desdichado que es mientras conduce un camión con clima tan aséptico como acondicionado, impermeabilizándose del entorno con una socialización controlada, ajustada a un círculo de diámetro reducido, el área de servicio como único eje cultural. La cuadratura mental del círculo diminuto, la excusa pandémica alivia conciencias; olvidando que hace pocos años, los que inventaron su oficio tardaban diez veces más que él en hacer el mismo trayecto, por caminos que anhelaban asfalto, rezando para llegar sanos y escribir una carta a sus seres queridos. Pero no, su vida hoy es desdichada, en eterna crisis. Distintas incertidumbres que harían desequilibrar cualquier balanza. Continue reading

Sorpresas de barra

Creí que sería motivo de desvelo, que despertaría de madrugada perturbado por el recuerdo, me mantuve esperanzado en el olvido y en la creencia de que las sensaciones desagradables dejan de serlo a voluntad. Pero no fue así, no pude inhibir ese recuerdo.
Cierto día de febrero, sentado en una barra bien surtida, terminé de comer con una coca de Sant Blai, una mistela de Teulada y los efluvios del sobaco de una comensal que levantó el brazo a mi derecha para pedir Champagne. Supuse que su blusa de leopardo tendría más poliéster que unas bragas del chino de la esquina y por eso amplificaron un hedor que dudo hayan olido nunca los veterinarios del bioparc.
Giré mi cabeza hacia ella conteniendo la respiración, y ahí estaba aquella felina, apoyada en la barra hojeando la carta de bebidas mientras mis pituitarias se declaraban en huelga.
-Ponme el Champagne Chardonnay (lease «Sampán chardonai» ) – Dijo a la camarera argumentando que era más barato por no ser francés. Desconocía también que no era champagne sino cava. Eso sí, dicho derroche de sabiduría no le impidió presidir una mesa con una conversación tan profunda como la de cualquier programa de telecinco.
Mientras escuchaba ruido de debate en su mesa, apuré mi mistela, deseé haberme encontrado en lugar del gatopardo a un brazobarra  y focalicé toda mi atención en la botella de colonia que siempre llevo en el coche, quizá me ayudaría a olvidar ese olor que casi me arruinó la comida. No fue suficiente.

Nacho Lurbe

#ontheroad