1080 maneras de abrir un restaurante

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1080 recetas de cocina Simone Ortega

Alguien dijo «no hay nada más peligroso que un tonto motivado». Dale un libro de Simone Ortega y que abra un restaurante, diría yo. Pero ¿Qué pasaría si ese libro lo revisase algún cocinero con buena mano en las cazuelas?
En términos populistas Valencia va bien, gastronómicamente hablando. Hay mucha gente dando volteretas por un selfie de cartón piedra, una crítica dijo que la comida también lo era. Pero mientras tanto seguro que hay más valencianos en Galicia comiendo marisco en cualquier fiesta del pulpo que en la calle Mosén Femades. Las zonas más comerciales ceden sus locales más emblemáticos a gastronomía tan franquiciada como desquiciada. Ajenos a todo esto, algunos supervivientes de la restauración seria van trabajando con una clientela (igual de seria y local) que reparte sus sobremesas en locales varios donde el camarero saluda por el nombre de pila. Lo complejo del asunto es la dificultad de conseguir un relevo generacional en esa clientela. Hoy día el mantel se ha convertido en un elemento de celebración excepcional, como la bandeja de pasteles del domingo, algo casi anecdótico.
Quizá sea el momento de homenajear a la dulce Simone, la que te acercaba a palabras como Bavaroise, Aspic o Ragout. Quizá toque ya, hoy que todos hablan de cuchara y guisos, que alguien se atreva con una carta a la antigua. Esa clientela jubilada traería a ese restaurante a sus nietos a comer lengua estofada, unos riñones de ternera al jerez y para rematar unos crepes Suzette flambeados antes los ojos incrédulos de una adolescencia de paladar plano y estómago impaciente. Tal vez no sea tarde.

Nacho Lurbe

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