Canciones que cobran vida

Share

Escuchar canciones no es lo mismo que oirlas. La música nos acompaña siempre, en los buenos y en los malos momentos, acompañando grises etapas de nuestra vida, momentos de bajón y cambios de ciclo. Oirlas es como poner hilo músical a tu vida, te acompañan pero en forma de palabras vacías, monótonas como la rutina. Ahora bien, escuchándolas podemos sentir una sacudida en nuestra conciencia, un bofetón de realidad o una chispa para arrancar, en cualquier caso cuando las escuchamos nos tocan. Entonces las palabras que contienen cobran vida en nuestro interior y es que cuando las escuchas dejas de estar muerto en vida.

Del mismo modo un plato puede comerse o saborearse, y evidentemente no es lo mismo; alimentarse es algo inherente a la naturaleza humana pero convertir ese acto en un cúmulo de emociones convierte la comida en gastronomía, una fruta en energía, un guiso en poesía, un postre en un concierto de rock y cocinar en una religión. Así, igual que tarareamos una canción que nos gusta, un buen plato lo recordaremos porque nos ha tocado el alma, nunca será de forma gratuita, será fruto del trabajo del cocinero que ha sabido compartir un trocito de su sensibilidad y grandes dosis de su personalidad.

Así, un puchero de Miquel Ruiz podría llegar a sonar como un coro gospel: los garbanzos, la patata, la pelota, los productos cárnicos van marcando un ritmo que van «in crescendo» según vas probando los ingredientes, hasta que llega la apoteosis con el arroz caldoso, el estribillo lo marca la gramínea. Al final de la escena podrás ver a Miquel evangelizando a todo el que quiera escucharle, regalando sabiduría a futuros cocineros sin desafinar ni una nota, y es que el puchero es como el gospel, para disfrutar entre amigos.

Un guiso de pulpo de Antoniet en Moraira podría sonar como un solo de guitarra de Mark Knopfler en el que los intensos sabores marinos se alargarían en boca como las notas que se estiran, creando armonía, matices y cadencias más propios de un concierto que de ese plato que todos dejan limpio mojando pan.

La pizza Margarita de Carlo podría ser como una nana cantada al oído, pocas notas (una masa que te acurruca, tomate, mozzarella y albahaca) y mucho, mucho cariño. Ni siquiera masticando la corteza crujiente despertarás de ese viaje por los sueños, la miga esponjosa hará de colchón mientras escuchas un mantra que se repite: duérmete niño.

El sabor de una fresa arrancada de su tallo con tus propias manos en el campo, sonaría como LIGHT MY FIRE de The Doors. «Vamos nena, enciende mi fuego» resonaría en tu conciencia, a sabiendas que después de ese bocado nada será igual. Será como una chispa que prenda en tu interior, un peldaño del que no podrás bajar, un sabor que te acompañará para siempre.

El helado de sombra de higuera de Fernando Saenz sería como THE DOCK ON THE BAY de Otis Redding, un acompañante perfecto para perder el tiempo, para sentarse en el muelle a ver la vida pasar, para vaciar la mente, respirar, dar bocanadas de aire y sentir el cálido frescor de este helado. En definitva, de sentir a corazón abierto la marea.

Podría seguir, cada plato o cada producto me evocará a una canción o a un estilo de música, pero ahora prefiero cocinar. Yo mientras cocino, saboreo y escucho canciones, a veces por separado y otras al mismo tiempo, siempre disfrutando cada minuto, cada comida y cada estrofa, que la vida son dos bocados y tres canciones.

Nacho Lurbe
UNIPRO ON THE ROAD

zp8497586rq