El coleccionista de tapones

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Tapones_ontheroadEra tarde, pasaban las 12:00 horas y todavía quedaban restos del servicio de la noche anterior. Copas, platos y manteles esparcidos en varias mesas daban fe de una noche ajetreada, con una de esas mesas a las que un menú largo se le queda corto a un grupo de amigos insaciables capaces de agotar una referencia de un vino que les recomendaba el camarero.
Una noche larga, muy larga. Suele ocurrir que cuando se encuentran almas ávidas de emociones en torno a una mesa con un camarero dispuesto a darlo todo por pura devoción al servicio, se paraliza el tiempo. El compás ya no lo marca el cocinero, la sala se convierte en un escenario que va despojándose de algunos actores, comensales que van saliendo para dar paso al segundo y último acto, el más largo, el más intenso, el más bestial. Tras los postres una silla se incorpora a la mesa de los amigos, una silla y los mejores licores, un nuevo compañero y toda una noche por delante para sacar a la luz todos los secretos de la hostelería. Solos en torno a esa mesa, el restaurante vacío y la mesa llena.
– ¿Habéis oído algo de ese cocinero tan famoso que ha vuelto a la ciudad para asociarse con unos inexpertos empresarios?
– No me digas,no puede ser.
– ¿Y lo que va contando por ahí cierto crítico? Dice que no viene a comer aquí porque le sentaron mal unas ostras que comió, lo que no cuenta, porque no lo recuerda, es que no se las pudo comer porque fue incapaz de acertar a la hora de introducirlas en su boca y acabaron en el suelo. Acabó esa noche en urgencias con intoxicación etílica.
– ¿Y aquel comercial que venía a venderme en negro productos de un competidor suyo porque sacaba más comisión?
– Venga ya, eso no puede ser.
– Que sí, que sí, tengo historias para escribir un libro. ¡Vaya! aquí tenemos otro tapón de vino, se me había escapado, los colecciono. – dijo el camarero mientras llenaba las copas a sus nuevos amigos.
La noche fluía con la euforia que permiten los excesos alcohólicos, y a Paco, el camarero, las risas le apartaban de su mente las miserias de un recién renovado contrato que había firmado esa misma maňana. Sus nuevos amigos se convirtieron sin saberlo en su paňo de lágrimas donde ahogar su frustración con un jefe por el que hasta ayer habría dado su vida. Pero hoy su vida se desmontó como un castillo de naipes, una reducción de jornada, una rebaja del 30% de sus sueldo, más responsabilidades en un negocio que aunque tome como suyo nunca le pertenecerá, y todo regado con la excusa de un descenso en la facturación del restaurante, otra mentira, nadie como Paco conocía la situación, ni su jefe.
Y allí estaba él por la maňana, recogiendo los restos de una noche larga como sus jornadas de trabajo, intensa como un buen café; y entre los manteles apareció otro tapón, al menos hoy encontraría algo de consuelo en un sobre, ese sobre que lleva tiempo ofreciéndole el comercial de un vino peleón a cambio de sus tapones. Hay que justificar las ventas pero sin que se entere el jefe.

Nacho Lurbe
UNIPRO ON THE ROAD

1 comentario

  1. Magnífico relato al que me negaré a llamar «post» porque es un término que no le hace justicia. Una gran narración cuya inspiración, estoy convencido, surge de alguna historia escuchada durante alguno de tus #OnTheRoad. Un ambiente magistralmente descrito, intensa, cruda, retorcida y básica al mismo tiempo, y con twist final que cierra con mazazo de realidad en todos los morros. Zas! En toda la boca.

    Lamentablemente es una historia que podríamos extrapolar a casi cualquier negocio dirigido por un tipejo ajeno a la realidad de su personal y sin demasiados escrúpulos.

    Si un aplauso digital es un «PLAS!», pues entonces: PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS! PLAS!

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