La casta gastronómica

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Uno piensa que lo ha visto todo, que atrás quedaron aquellos aňos en los que en cierto restaurante de la marina alta se montaban dos mesas distintas a la hora de la comida del personal. Una, en un oscuro rincón de la cocina y otra en la zona más codiciada por los clientes, pegadita a ese ventanal que en los días de temporal resiste los embites de las olas; una era para dar un pequeňo respiro (el justo para que no se desmayen) a varios cocineros de origen pakistaní, la otra para el producto nacional, hermanos y amigos; en una lucían fuentes de pasta o arroz salvo los días de fiesta en que podía caer un filete empanado, en otra pescados, carne e incluso algo de marisco, o a veces las pruebas de algún plato nuevo; en una se comía a destajo por miedo a quedarse sin postre, en la otra con la serenidad que aporta el creerse dueňo del tiempo.

Ahí empecé a ver la casta gastronómica, o al menos las ansias por pertenecer a ese grupo, que es peor, porque no nos equivoquemos, tan malo es pertenecer a un nicho de fundamentalistas en los que sólo valen los de tu especie, como pretender serlo. Tan patético es creerse superior a otros solo porque recibes más flashes como creer que en ese mundo se vive mejor. ¿Cómo se va a vivir mejor en un lugar donde el «respeto» se consigue a base de puňales y traiciones? Recuerdo que alguien me dijo que los escalones de la escalera por la que se sube a la cima del éxito están formados por las cabezas de las personas de tu entorno, lamentable pero cierto. Eso explica la soledad de algunos que han pisado tantas cabezas que no recuerdan a quien pueden acudir y a quien no ante cualquier problema. Aún así, cabría resaltar que aquí también influye la percepción que tenga cada uno del éxito, para mi el éxito es otra cosa bien distinta.

Otro ejemplo sangrante de creación de casta es que tras los premios de un concurso gastronómico se hagan dos comidas distintas en distintos restaurantes, una para el jurado y organizadores, y otra para participantes y colaboradores. O que desde ciertos medios se hable de los mismos sitios solo porque te invitan a comer. Pero claro, ni la casta ni los aspirantes a ella conocen el significado de la palabra INTEGRIDAD. Ser consecuente tiene un precio que no todos están dispuestos a pagar.

¿Acaso merece la pena obviar la riqueza que uno encuentra relacionándose con gentes de cien mil raleas (como decía Serrat)?
Y si hablamos de cocina más a mi favor, se supone que cocinar es expresar en el plato un cúmulo de experiencias y estas no son completas si tu vista no alcanza más allá de tu círculo, por mucho que viajes.

Serrat ya hablaba de la casta en esta canción y 40 años después seguimos igual, mezclándonos solo en los días de fiesta.

Y recordar: A la casta solo le importa la pasta.

Nacho Lurbe

UNIPRO ON THE ROAD

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