Sábado 1 de diciembre, 9:00h, lo que parece un encuentro de amigos entorno a un café, es el preámbulo de una aventura que está a punto de comenzar. Se encuentran en el Palmar, allí han quedado con Jose, un barquero de la albufera.
Serán 3 días de caminata con un único objetivo: sentir la gastronomía valenciana desde las raíces.
– Esteu preparats – dice Jose.

Cualquiera está preparado para esto, cualquiera que tenga la mente abierta y ganas de vivir.
Empezar la ruta subidos en una barca por la albufera en invierno es una sensación única. Con el frío y la humedad que se te cuela hasta las entrañas te subes buscando un rincón donde cobijarte, pero esto acaba convirtiéndose en una tarea imposible. Hasta que no entras en un canal al resguardo del viento, no encuentras alivio. Jose, con la soltura que da la experiencia, nos lleva por los distintos canales explicándonos cada detalle de un entorno que conoce a la perfección, para él no existe el frío, nos cuenta que se ha caido muchas veces al agua en pleno invierno, y eso curte. Sus antepasados ya hacían lo mismo que él, su oficio se aprende así, de generación en generación. Sorprende la habilidad que tiene con el timón, que maneja con el pie derecho mientras nos explica que tipo de variedad de arroz se cultiva en los alrededores, o la profundidad que hay por donde navegamos.
Es curioso que no hayamos empezado a caminar y ya tengamos nuestra primera experiencia gastronómica aunque sea en forma de lección magistral sobre arroces y pesca de la anguila.

La siguiente será el Horno del Sol, una parada técnica para comprar una torta de pasas y nueces para coger fuerzas, se convierte en una visita al obrador de la mano de Amparín y su nuera. En mi caso, la emoción se apodera de mi ya que por circunstancias dejé de visitarles y venderles las batas y delantales, y al llamar a la puerta y ver a Amparín igual que siempre, con su amabilidad, me doy cuenta de que la gente que merece la pena siempre aparece de nuevo en tu vida. Ya dentro del obrador las lionesas, cocas de sardina, tartas de manzana y calabazas asadas no dejan de provocarnos, pero como chicos buenos y educados que somos, nos portamos bien.

Próximo destino la isla de El Perelló. Si, si, en El Perelló hay una isla, yo la bautizaría como la isla del tesoro. Se trata de una isla que se fue formando con sedimentos marinos, prueba de ello son las conchas que puedes encontrar en la tierra con solo escarbar un poco. Esto aporta sales y agua a los vegetales, y según nos cuentan ese es el secreto de los famosos tomates del perelló.

El caso es que allí nos encontramos un paraiso vegetal, tras superar como dice Free, un escenario de MadMax con coches y motos desguazados alrededor del vivero. Un invernadero con la temperatura controlada donde todo está en el sitio adecuado, aisla del exterior todos los cultivos. Los planteles están perfectamente alineados. Probamos rúcula, mini zanahorias, distintas hojas de ensalada, y nos encontramos con varias sorpresas: la flor de rúcula, tiene un sabor intenso pero con un toque más dulce y sutil; también probamos la flor de sechuán, BRUTAL, nos cuenta que quien le trajo las semillas se jugó la vida para traerlas desde un pais lejano; y lo más sorprendente, la Stevia Rebaudiana, un edulcorante natural con el que SLOW sueña desde hace tiempo. Tras probar todos y cada uno de los brotes y mini verduras nos encontramos con una genialidad, el aspira bichitos. Un aspirador de bichos para mantener a raya las plagas. Resulta que Lobato, así se llama el genio, ha creado este artefacto con una campana extractora de un bar, una malla de patatas y una luz ultravioleta de las que atraen moscas. ¿Hay algo más ecológico que aspirar lo que provoca la plaga?
– A caminar, nos están esperando unos cazadores en su caseta – dice Slow.
Llegar al puesto, una vez acabada la jornada de caza, y ver como nos reciben es cuanto menos sorprendente, ¡a nosotros! que somos tres desconocidos para ellos, si solo somos tres locos caminando. Unos tíos vestidos de camuflaje nos saludan y abrazan, y además han estado preparando con esmero la comida, casi como las celebraciones familiares en las que la mesa siempre se queda pequeña.

La cazalla, el vino y el moscatel se integran en la magnífica comida que nos ofrecen: «encebollá d’anguila», «arros en fessols, naps i pato» y «ensalada de tomate de Lobato» que aunque estaba fuera de temporada sabía a lo que saben los tomates de verdad, a tomate.
Una vez acabados los postres y las pastas nos ofrecen ver los puestos de caza, tenemos que ir en una barquita en la que apenas cabemos los 3 y Vicentín, el cocinero/cazador. Entre el suelo inundado, el balanceo y nuestro barquero con varias copas de más, aquello parecía una atracción de feria a punto de hundirse. Otra experiencia y varios personajes más que añadir a nuestro diario de viaje.
Pasadas las 17:00 retomamos nuestra ruta, en apenas 20 minutos pasamos de la puesta de sol frente a la Albufera a verla en la playa mientras caminamos destino a Cullera con su faro guíandonos a lo lejos.
Se hace nos hace de noche caminando por playas, paseos y carreteras hasta Mareny de Sant Llorenc, donde tomamos un café en el típico bar de llauraors.
De aquí a Cullera se nos complica porque tenemos que caminar por el arcén de una carretera sinuosa con la única luz de nuestros frontales. Pero nada nos frena, el espíritu SlowFreeRoad sigue intacto.
Una vez allí, sorpresa, nos están esperando en el hotel la reina. Un cliente de UNIPRO nos invita a una habitación triple con desayuno.
Ducha y a cenar.
– ¿Donde podemos cenar Juan? – pregunto a nuestro benefactor.
– En el bar San Francisco – responde.
Allí que vamos Slow, Free y Road.
Calamares, boquerones fritos, bocata para compartir y el objeto de deseo en twitter ese día, oreja crujiente. Una delicia que estaremos recordando todo el viaje.

Ha sido un gran día, estamos agotados, así que a dormir que mañana hay que seguir caminando.