Cocineros estrellados

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Hay muchos tipos de cocineros pero hay un grupo que me llama la atención, se trata de los cocineros estrellados. Estos son aquellos que tuvieron estrella, la perdieron y hoy han reorientado sus carreras, unos con más fortuna que otros. Nada tienen que ver con los cocineros estrellas invisibles, ni con los cocineros galácticos con estrella (los que viven por y para las estrellas y las condecoraciones) estos los dejo para otro día.
Hoy quiero escribir sobre dos casos de cocineros estrellados que han optado por distintas vías para salir adelante, no daré nombres, cada uno que saque sus propias conclusiones:
El primero de ellos alcanzó la gloria en el restaurante familiar y tras una costosa reforma tuvo que cerrar por no adaptar la oferta a la coyuntura del momento. Despues del cierre abrió un nuevo local con una carta más económica que el anterior, pero para ello se asoció con un tipo prepotente y maleducado capaz de destruir todas las relaciones con proveedores y clientes que tantos años le costó conseguir a su familia. Este personaje (el socio) creía que su solvencia financiera le brindaría una legión de trabajadores y proveedores a sus pies, sin pensar que sin humildad ni honradez dificilmente se puede mantener un negocio, puedes iniciarlo pero el tiempo te pondrá en tu sitio. Dicho personaje además se creía con la autoridad suficiente como para llamar romancero a un proveedor que le reclamaba el pago de una factura. Romancero es el que cuenta romances y según la RAE un romance es una excusa, entre otras muchas definiciones, así que el único romancero en esta historia es el que pone excusas para pagar. Al final lo que está claro es que mientras esta persona siga ahí, este será un restaurante con fecha de caducidad y solo el tiempo dará o quitará razones. Por si fuera poco, el susodicho se ha comprado su primera chaquetilla de cocina para meterse entre fogones. ¡Cuanto peligro tiene un inepto emulando a Ferran Adriá!.

El otro caso es el de un cocinero que tuvo estrella, la perdió, la recuperó y la volvió a perder; y lejos de hundirse buscó en su interior los motivos de ese empeño en conseguir la dichosa estrella. Tras un largo periodo de reflexión y lucha para dominar su ego, se dió cuenta que para ser feliz no la necesitaba, para ser feliz solo necesitaba cocinar y punto. ¿Y qué hace falta para cocinar? Una cocina y un lugar donde tus platos sean los protagonistas, nada más, bueno, y la tranquilidad que da quitarse la presión de los grandes proyectos. Entonces montó un bar (qué bonita y a la vez devaluada palabra), pequeño, con mobiliario rescatado, decoración sin interioristas famosillos y con la cocina justa y necesaria para trabajar. ¿Gastos? Los justos, toda su familia le acompaña así que todo queda en casa. Y empezó a cocinar, a pasear por el mercado, a viajar, a participar con asociaciones vecinales enseñando y aprendiendo con las amas de casa, incluso cerrando su bar un fin de semana para cocinar en la boda de un amigo. Y el éxito llegó, sin estrellas ni soles, sino en forma de público entregado que cada día abarrotaba su bar. Paradojas del destino, ahora se pelean por conseguir mesa los mismos que criticaban su evolución.

 

Conclusión:
Si quieres, te empeñas y te alejas de socios incompetentes puede haber mucha vida lejos de las estrellas.

 

Nacho Lurbe
UNIPRO ON THE ROAD
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