Comer descalzo

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No se si os pasa a vosotros pero yo cada vez veo menos interés por la sorpresa. Me explico.

Cada vez más productoras se empeñan en desgranar parte de la trama de una película o una serie de tv antes de emitirla. Incluso en los concursos ya van haciendo perfiles para que el televidente no saque sus propias conclusiones, no vaya a ser que le caiga bien alguien que no interesa.

Vivimos en la cultura de lo inmediato, en el usar y tirar, como si el trabajo previo de personas no valiese un céntimo. ¿Acaso los guionistas se han estrujado el cerebro para que luego en medio minuto un anuncio se cargue la trama de un plumazo? ¿Qué sentido tiene pagar una entrada de cine cuando ya intuyes lo que vas a ver?

En los restaurantes pasa algo parecido. Nos empeñamos en publicar las fotos de lo que comemos con el único pretexto de demostrar que hemos estado allí. Y como no nos paramos a pensar, muchas veces les estamos haciendo un flaco favor bien porque la foto no hace justicia o porque nos cargamos el factor sorpresa de quien se siente a comer. ¿Quien no ha ido a un restaurante para probar ciertos platos porque los ha visto publicados?

Cuando pides un plato tienes una idea preconcebida de como van a estar dispuestos los elementos en base a una experiencia previa, a tus gustos, a tu idea de lo que vas a comer, pero la mayoría de las veces nos sorprendemos, bien porque nuestra escasa apertura mental nos remite a un recuerdo del tipo «el otro día estaba mejor» o al contrario «joder, nunca he probado un plato así».

Eso exactamente me ocurrió en la salita con con el plato de Gamba roja con su caldo. Por un lado, mi subconsciente me llevaba a un plato de Begoña que me tenía fascinado sin haberlo probado solo porque lo había visto en redes; y por otro, salvo esa circunstancia, venía con la mente limpia sin más estímulos que la compañía de amigos del disfrute. Y se alinearon todos los astros para encontrarme delante de la reina de los mares, la gamba roja, sutilmente desprovista de su traje, sin afán de protagonismo, como partenaire de un caldo riquísimo en matices, potente como el sonido de un grupo de batucada retumbando en tu cabeza, desgarrador como una ranchera de Chavela Vargas, elegantemente arropado por notas de jengibre y lemongrass.

El plato que me fascinó por su belleza y me llevó a La Salita. Begoña Rodrigo

El plato que me fascinó por su belleza y me llevó inconscientemente a La Salita.
Begoña Rodrigo

¿Qué habría ganado yo si hubiese visto la foto de ese plato? Poco, nada comparable al estímulo de la sensación que te queda cuando te encuentras cara a cara con un gran plato.

Podéis fiaros de las recomendaciones de blogs, Facebook o incluso TripAdvisor, ese sitio donde se concentra la mayor cantidad expertos gastronómicos por pixel cuadrado, conocimiento que es a su vez inversamente proporcional a la gilipollez de sus poseedores, es decir, cuanto más crítica uno menos sabe y más gilipollas es. Como decía, os podéis fiar de todo esto si queréis, pero sabed que para disfrutar algo hay que desaprender y observar con los ojos de un niño.

Si no es así, mejor comeros un kebab que os saldrá más barato y vuestro cerebro os agradecerá el ahorro en esfuerzo. Mientras tanto, como yo me voy despojando de todo lo superfluo, volveré algún día a esa salita y dejaré mis zapatos en la puerta, exactamente igual que en mi casa, porque así me hicieron sentir allí.

Nacho Lurbe
UNIPROONTHEROAD

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