Fuimos de la mano

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Sonó el timbre en la cocina de una manera tan discreta que ningún otro cliente lo oyó. La puerta cerrada será un filtro para que nadie interrumpa tu momento, pensé. 

Un libro a la venta que fue directo a mi lista de deseos, una escultura envuelta en un cerramiento de cristal, unas fotografías que muestran la vida del restaurante.

El pasillo largo y estrecho nos condujo a un espacio luminoso sutilmente dividido por cortinas que bajaban del techo, como si quisiesen separar conversaciones entre una mesa y otra, como si se empeñasen en conservar la intimidad de un acto tan íntimo como una celebración familiar o una comida de trabajo sin conseguirlo por ellas mismas, al fin y al cabo somos nosotros quienes creamos nuestro espacio vital.

– Su mesa – nos dijo amablemente la camarera.

– Gracias, hemos venido a comer. Di en cocina que queremos amor y cariño.

– Lo diré. Se agradecen estas palabras, mucha gente olvida a qué se viene a un restaurante.

Con la bebida y los snacks apareció la magia vestida de jefa de sala, una mirada bastó para ajustar el ritmo de las mesas, un carraspeo indicó un error que la camarera subsanó de inmediato. 

– Hola Paquita, que ganas teníamos de venir a comer.

– Habéis tardado, pero lo importante es que estáis aquí. Espero que disfrutéis. – nos contestó cálidamente. 

– No lo dudes.

– Coged aire con este Bloody Mary con agua de tomate.

¡No es rojo, y sabe a los tomates que son tomates!, pensé.

Seguimos con PAN y ACEITE , en mayúsculas porque lo merecen, una lágrima apareció.

Nos cogimos de la mano y empezamos un viaje por el mar. De la piel de bacalao crujiente a las navajas y al pajel envuelto en un tul cítrico. Y volvimos a tierra firme con una poderosa oreja crujiente y untuosa gracias a una cocción paciente que venía acompañada por elegantes lentejas negras, remontamos el vuelo con el arroz de verduras de temporada con aceite de albahaca y de nuevo el agua de tomate en forma de aire etéreo.

– ¿Cómo vais? – nos dijo con acento germano/valenciano un tipo alto y rubio.- Dejad sitio que faltan los principales, un pescado y una carne. 

– ¿No será verdad?

– Claro que es verdad, ¿acaso pensabais que aquí no se comía?

Volvimos a jugar con nuestras manos y paseamos hasta los postres con la esperanza de que no se acabase, pero como todo lo bueno acaba integrándose en los recuerdos, sabíamos que esta comida quedaría grabada a fuego en nuestro álbum. 

De vuelta al pasillo largo y estrecho, con la sensación de haber parado el tiempo, nos dispusimos a cruzar esa puerta mágica que separa la ficción de la realidad. ¿Habrá sido un sueño?

Quizá, ¿quien sabe?

La única certeza es que volveremos otro día al RIFF.

 

Nacho Lurbe 

UNIPROONTHEROAD

 
 

Restaurante Riff

Calle Conde Altea 18

46005 Valencia

Teléfono: 671 87 59 75

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